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  ANTECEDENTES
 

   ELECTRICIDAD


La primera gran central de Barcelona se instaló en el año 1883 por la sociedad Española de Electricidad facilitó, con sus 220 kW de potencia, la parte esencial de la electricidad consumida en esta ciudad. Mas tarde, los generadores instalados por la Compañía Barcelonesa de Electricidad tras su constitución en 1896 fueron proporcionando una parte creciente de la producción eléctrica catalana. La entrada de Barcelona Traction y la construcción de los equipamientos hidroeléctricos supuso un incremento considerable de la potencia, convirtiendo a la empresa en la mayor del sector en toda España: en 1925 generaba casi una tercera parte de la energía eléctrica total producida en España y el 70% de la de Cataluña; la proporción se reduciría en los años siguientes en lo que se refiere a España, pero se mantuvo en lo que se refiere al Principado: en 1933 la producción del grupo de Barcelona Traction, suponía todavía mas del 20% de la total española.

A partir de los años 1950, con la creación de FECSA, se dio un nuevo impulso a las construcciones hidroeléctricas, se aumentó la potencia de las centrales térmicas y se instalaron las mas potentes centrales nucleares del país. Este proceso de electrificación ha tenido consecuencias muy profundas para la vida social y para la organización territorial de Cataluña y ha sido un vehículo para la renovación de las actividades económicas, para la llegada de innovaciones técnicas y la transformación de la gestión empresarial. Ha supuesto, en definitiva, un instrumento esencial para la modernización del país y para su integración en un sistema técnico contemporáneo.

El desarrollo de la electricidad en Cataluña sigue desde sus comienzos, con gran aproximación, el mismo modelo que en otros países avanzados. Una primera fase de experiencias aisladas en la que el papel de los pioneros innovadores es muy importante y que da lugar al esfuerzo de algunos de ellos (como Dalmau o Xifra) para organizar una empresa de producción y distribución, empresa que en Cataluña -y es la peculiaridad de un medio técnico dependiente- fracasa y no puede pasar a una fase superior de consolidación y expansión.

Esta fase es seguida por la constitución de empresas viables que por las dificultades en la transmisión de la energía, debe actuar en lugares donde se concentran gran número de consumidores potenciales en un espacio reducido, es decir, en las ciudades. En el caso de Cataluña esta ciudad fue, ante todo, la de Barcelona y luego otras de cierta talla con grupos sociales dinámicos y emprendedores. Se trata de mercados con limitaciones desde el punto de vista de la producción térmica -por los precios elevados del combustible -y del consumo- consumidores diversos con requisitos diferentes: alumbrado público y privado, tracción, usos industriales. De ahí surge la necesidad de pasar a otras fuentes energéticas (la hulla blanca) y a un sistema universal de distribución. Este paso se da en Cataluña con la introducción de la corriente alterna en 1906 y, en lo que se refiere a la nueva fuente energética, tras diversos tanteos de alcance limitado en los Pirineos, con la puesta en práctica del proyecto de Montañés, gracias al apoyo de Pearson.

El rápido desarrollo de la electricidad en Cataluña fue posible por la existencia de un medio social, económico y técnico acogedor y a una capacidad de movilización de capitales, saber técnico, trabajo y gestión empresarial sin precedentes en España hasta ese momento. Cataluña constituyó un medio social, económico y técnico acogedor para la recepción de la electricidad. Por un lado, existía un desarrollo industrial y urbano importante y, que tras las desilusiones producidas por la infructuosa búsqueda de carbón en el Principado, era sensible a los nuevos recursos energéticos. Por otro, había también un dinámico ambiente intelectual, preocupado tempranamente por el desarrollo de la ciencia y por la incorporación de los avances técnicos, muy apropiado, por consiguiente, para acoger las innovaciones que en este campo se producían.
En el nivel superior hay que citar, desde luego, además de la universidad, la existencia de la Academia de Ciencias, la Escuela de Ingenieros Industriales -que explica la de figuras como Dalmau y Xifre-, y otras instituciones de grado superior y medio. Pero en niveles inferiores no hay que olvidar la gran cantidad de iniciativas mas limitadas y en buena parte desconocidas, de gran importancia para la difusión de los conocimientos eléctricos a un nivel básico, el que hacía posible la existencia de instaladores, montadores y obreros especializados en el campo de la electricidad; como la "Academia de Telegrafía" que estaba orientada especialmente a preparar a los empleados de los ferrocarriles y, de manera mas general, a individuos "que carecen de los conocimientos de física y matemáticas mas indispensables para entrar en las teorías y fórmulas de la electricidad", que acabó publicando diversos libros para sus estudiantes.

Ese ambiente acogedor se refleja tempranamente en la recepción de las innovaciones que se produjeron en el campo de la telegrafía y, luego, de la telefonía, dos sistemas de comunicación a distancia que se basan en el uso de la electricidad y que en su desarrollo interaccionan de forma profunda con las investigaciones sobre la producción de dicha energía. Desde el principio existió una circulación rápida de ideas en el campo de la electricidad. Se ha dicho que la tecnología de la electricidad tuvo desde el comienzo un carácter internacional, en el sentido de que se formó una verdadera comunidad supranacional de científicos y técnicos que se comunicaban rápidamente las ideas y transmitían sus inventos de unos países a otros -previa inscripción, claro está, en el registro de patentes. Cataluña, y toda España, aunque con un desarrollo técnico mas limitado y en parte dependiente, formaban parte de dicha comunidad científica.

En un primer momento, la visita a las exposiciones internacionales permitió conocer las novedades que se producían, y que eran rápidamente difundidas en nuestro país. Pero serían los libros, originales y traducidos, y las revistas especializadas (como El Telegrafista Español, La Electricidad, Anales de Electricidad y otras) las que mas decisivamente contribuyeron a la generalización de los conocimientos eléctricos.

Ese ambiente intelectual acogedor explica que en Cataluña se adoptaran tempranamente las innovaciones mas importantes que se iban produciendo, a veces con pocos meses de diferencia respecto a su aparición. La aplicación de las máquinas Gramme se hizo poco después de su presentación en la Exposición de Viena en 1873; la celebración en Francia en 1902 del primer congreso sobre la hulla blanca es contemporáneo de las primeras experiencias que se realizan para explotar los recursos hidroeléctricos del Pirineo; la corriente alterna se produce en Cataluña en centrales de pequeño tamaño desde principios de siglo y a gran escala desde 1906; en 1904 se inauguró en Chicago la primera línea de 33.000 voltios a partir de una gran central térmica, y dos años mas tarde se produce en Cataluña la transmisión a 6.000 voltios, desde la central de Mata. Muy poco después la línea a 110.000 V fue la primera línea de esas características en Europa.

La aplicación de la electricidad en Cataluña fue muy temprana, tanto en el campo de la iluminación como en el de la tracción eléctrica y la industria. Durante los años 1880 y hasta mediados de la década final del siglo, período que corresponde, en bloque, al de funcionamiento de la Sociedad Española de Electricidad, la tecnología eléctrica era todavía incierta, con gran número de problemas tanto en lo que se refiere a la producción a gran escala, como a la transmisión -que solo podía hacerse a pequeñas distancia- y a sus usos. La calidad de la iluminación era menor que la que podía obtenerse con otra fuente alternativa como el gas, y el funcionamiento era inseguro, con fluctuaciones o "eclipses" y peligro de averías. Tampoco era clara la ventaja de la electricidad para su utilización en la industria frente a las máquinas autoproductoras que utilizaban el gas, con un coste mas bajo durante muchos años. Como hemos visto, la competencia entre el gas y la electricidad tuvo durante mucho tiempo un resultado indeciso - y las nuevas orientaciones actuales respecto al uso del gas y su transformación energética por los consumidores domésticos o industriales, indica que su derrota ha podido ser solo pasajera.

En los primeros años fue preciso crear la demanda. La competencia fue especialmente grande en el campo del alumbrado. La electricidad tuvo en sus comienzos el prestigio derivado de su utilización como elemento de lujo, la luz de los ricos se la ha llamado, pero eso no le aseguraba un consumo masivo. De todas maneras, las ventajas de la electricidad sobre el gas eran grandes: limpieza, ausencia de olores, comodidad de uso, seguridad; aunque sobre este último punto los potenciales consumidores eran repetidamente advertidos por las empresas del gas sobre el peligro de electrocución. En cualquier caso, su empleo en teatros, cafeterías y grandes almacenes hizo que su uso se fuera extendiendo entre los grupos de rentas altas, provocando con el tiempo un efecto de mimetismo que tardó un tiempo en producirse pero fue muy eficaz.
La batalla de las lámparas tuvo importancia en la difusión del consumo. La luz de gas, mas cálida al principio, tenía ventajas respecto al arco voltaico y a las primeras lámparas eléctricas de incandescencia. Pero vio crecer la competencia con las mejoras que se fueron introduciendo en éstas. Los arcos voltaicos daban una iluminación muy intensa y molesta a corta distancia. Eran mas apropiados para el alumbrado público, para faros marítimos y para la iluminación del trabajo de construcción nocturno, donde superaban a la luz de gas. Las lámparas de incandescencia eran mas aptas para el interior y para espacios reducidos. En la industria permitían que el trabajador tuviera su propia luz para iluminar tareas específicas y era muy útil para trabajos donde la visión era importante, tales como imprentas, fábricas textiles, o talleres de confección.
Pero en los primeros años la iluminación eléctrica tenía usuarios escasos. Se trataba, sobre todo, de iluminación pública o bien de establecimientos de lujo (teatros, restaurantes, hoteles). No era un consumo de masa. Sin duda su empleo en establecimientos comerciales como El Siglo suponían un paso mas en su difusión, pues el número de personas que se ponían en contacto con esta forma de alumbrado se incrementaba en forma considerable.

El segundo campo importante de aplicación de la energía eléctrica fue el de la tracción mecánica. El cambio de los tranvías de tracción animal a los de tracción eléctrica representó un paso importante en el consumo de electricidad. Desde la década de 1880 se produjeron en Estados Unidos y en Europa innovaciones importantes en lo que se refiere a la transmisión de corriente y al motor de tracción. En este campo la electricidad no tuvo competidores y su difusión fue relativamente rápida. En 1897 casi todas las líneas de tranvías de Estados Unidos eran ya eléctricas. En Barcelona el cambio fue iniciado en 1899 y aunque durante mucho tiempo fue un medio de transporte caro, tuvo una rápida difusión.

Los tranvías contaron con plantas productoras propias durante bastante tiempo. En Gran Bretaña en 1907 la mitad de la electricidad usada por los tranvías y el 90% de la usada por el ferrocarril era generada por instalaciones propias, por lo que no tenían que comprar la energía a las compañías eléctricas. También en Barcelona sucedía así en los años iniciales del siglo XX, como hemos visto. No resultaba económico comprar la electricidad al coste en que esta se vendía para iluminación. Solo cuando se aplicaron tarifas diferenciales que favorecían a las compañías de tranvías pudo ser rentable conectar a la red de distribución universal. En lo que respecta al ferrocarril, la reducida electrificación que tuvo durante mucho tiempo en España no permitió aumentar la demanda y supuso una dificultad para las compañías eléctricas.

El sistema de distribución universal
Las mejoras técnicas que se realizaron desde finales del siglo XIX tuvieron una gran incidencia en el aumento del consumo de electricidad. Las mejoras en el campo de la iluminación hacían mas agradable el uso del alumbrado eléctrico, y las mejoras en la tracción eléctrica facilitaron su aplicación a los tranvías y a los ferrocarriles. Pero, sobre todo, fueron las mejoras técnicas en la producción y distribución las que permitieron abaratar considerablemente el coste de esta energía.

Unas de las claves de la difusión de la electricidad estuvo en las turbinas de vapor, inventadas por Parsons en 1889 y desarrolladas técnicamente en sus aspectos básicos ya a fines del siglo XIX. Era un sistema barato y eficiente para convertir la energía calorífica del vapor en energía cinética, transmitida a los generadores de electricidad que producían la corriente eléctrica. Las nuevas turbinas eran mucho mas eficientes que las máquinas hasta entonces existentes. En Estados Unidos a principios de siglo las centrales térmicas necesitaban 5,4 kg. de carbón para producir 1 kW, mientras que en 1909 consumían 2,5 kg. de carbón.
Pero las turbinas exigían grandes centrales y su uso no se difundiría hasta los primeros años del siglo XX. A lo largo de nuestro siglo el incremento de la potencia de generación de las máquinas disponibles ha sido espectacular, y ha tenido su reflejo en la central térmica de Mata: sus generadores a fines de los años 1880 tenían una potencia de 220 kW; en 1896 se instalaron generadores de 750 kW, y poco después se inició la incorporación de turbinas de potencia creciente: 1.000 kW (1906), 3.000 y 3.600 kW (1907) y 5.000 kW (1911). Esta sucesivas ampliaciones no solo produjeron más electricidad, sino también más barata y digna de confianza.
Simultáneamente los precios del kWh fueron descendiendo, en especial para los consumos de mayor volumen. En 1896 la Compañía Barcelonesa estableció una tarifa de 90 ctm para el alumbrado y de 25 para fuerza, incrementados momentáneamente en 1900, a 1 pta y 35 ctm, respectivamente. Poco después la competencia con una compañía rival obligaba a reducir los precios del alumbrado, situándolos en 60 céntimos el kWh. En los años siguientes los del alumbrado se mantuvieron sensiblemente en torno a esa cifra, pero los que se cobraban a los tranvías descendieron entre 1905 y 1909 de 0,18 a 0,14 ctm y, sobre todo, los de la fuerza motriz, de 0,33 a 0,12 ctm.

En las centrales instaladas para aprovechar la fuerza hidráulica la potencia fue aumentando igualmente de forma continua. La puesta en funcionamiento de los embalses de Talarn (1914) y de Camarasa (1920) permitió aumentar la potencia instalada en cerca de 100.000 kW. La disminución de los gastos de explotación, como resultado de la disponibilidad gratuita del agua, y el aumento de la explotación permitieron disminuir todavía mas los costes del kWh
La introducción de las turbinas de vapor y de la energía producida por los grandes equipamientos hidroeléctricos está ligada a la de la corriente alterna, que contribuyó también de forma decisiva a la difusión del consumo. Fue una batalla en la que se luchó duramente, esgrimiendo argumentos relacionados con la seguridad. Pero la realidad se impuso. Era mas fácil de transportar y el uso de convertidores (de alterna a continua) permitía alimentar redes de continua para alumbrado desde subcentrales a las que llegaba la corriente alterna producida en las grandes centrales.

En Cataluña la batalla entre la corriente alterna y continua empezó a decidirse en 1906, pero no fue ganada de golpe. De hecho, la distribución de corriente continua persistió todavía durante un siglo. Ferrocarriles y tranvías la siguieron usando y a comienzos de los años 1930 casi todas las vías electrificadas en España usaban corriente continua. En 1956 se realizó la última instalación de corriente continua para suministrar energía a la imprenta del diario La Vanguardia.

La difusión y generalización del abastecimiento eléctrico no hubiera sido posible sin el paso a un sistema universal de distribución, lo que permitió la creación de redes a las que se conectan todos los generadores y todos los consumidores de cualquier tipo. Los transformadores que elevaban o reducían la tensión para su transmisión y distribución, y los convertidores que convertían la corriente alterna en continua hicieron posible la unificación de las distintas redes que se habían ido creando. De hecho, la corriente alterna triunfó finalmente porque se pudo demostrar que era posible integrar las redes de continua en las de generación y transmisión de corriente alterna.

Las ventajas del sistema universal de distribución eran muchas. La transmisión se realizaba a alta tensión ya que las pérdidas eran menores por ser inversas a la tensión de la corriente empleada. Con el sistema de corriente alterna el coste de la red disminuye, pues los cables de cobre no necesitan aumentar su diámetro con la distancia. En el de corriente continua el coste de la red era por eso mismo casi tan elevado como la instalación de las máquinas productoras.

 

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